martes, 18 de diciembre de 2018

Un cielo de bellos campos y paz absoluta, por donde ya estés corriendo...






Tan joven, tan artista, tan luchadora, tan trabajadora, tan valiente…y justo cuando estrenaba su bien ganado porvenir como docente.

Angustiado y enrabietado por el terrorífico desenlace en el caso de la joven profesora asesinada, Laura Luelmo, pienso en todo lo que he disfrutado trabajando, paseando, corriendo o pedaleando en soledad por el campo, en mi deseo constante de volver a pisarlo, en lo que cambiaría mi vida si no pudiera contar más, o tuviera que hacerlo condicionado por el miedo, con ese disfrute... Y me sobreviene un sentimiento de culpa al pensar, quizá por primera vez, en la terrible injusticia de que las mujeres no puedan disfrutar, sin sentir miedo o temor, de algo tan normal y sano, de un derecho tan básico y elemental. Y me hago más consciente de lo atrasados que seguimos estando, del mucho machismo que aún queda por desterrar, de lo muy necesario de la lucha por los derechos de la mujer y por abatir las barbaries que cercenan su libertad o las condenan a vivir con miedo…

La clase de cobarde alimaña causante de un crimen tan execrable, no debería ser juzgada solo por asesinar a una mujer. Aun en el caso de supervivencia de la  víctima, también debería ser delito y sumar dura condena el crimen que supone robar la libertad de media España,  robar el derecho a pasear en soledad a tantos millones de mujeres, robar la tranquilidad a millones de padres...

Por desgracia, una vez más, encarcelar la alimaña no devolverá esos derechos. No, mientras no sea extinguida su «especie» y el origen del mal que porta. Pero ojalá ocurra pronto y muera sin salir de su jaula.

Pienso que la erradicación de este mal no está solo en actuar contra los criminales; está claro que hace falta un giro radical en cuanto a la educación de toda una sociedad, y la formación y recuperación de valores imprescindibles para una convivencia pacífica. Pero me pregunto cómo es posible que un ex convicto puesto en libertad hace pocas semanas tras casi veinte años de reclusión por asesinar a una anciana que le había denunciado por agresión, y por atentar contra otra joven en el mismo pueblo de El Campillo mientras disfrutaba de un permiso carcelario, pudiera vivir con normalidad a cinco metros de Laura Luelmo sin que la chica, como el resto de los residentes en la comarca, estuviera avisada oficialmente del peligroso perfil de su vecino. No entiendo que aún no haya una ley que regule esto. No entiendo que ninguno de los vecinos, conocedores de los antecedentes del sujeto, alertara a la recién llegada. No entiendo la condena de ese psicópata.  No entiendo a quienes se oponen a la prisión permanente revisable para alimañas de cura imposible… No entiendo nada.

Todo mi amor y solidaridad para la familia. Toda mi admiración y apoyo para tantas mujeres que no se rinden, y para las que tienen que pasar miedos que no sufrimos los hombres. Ojalá exista un cielo de bellos campos y paz absoluta, por dónde ya estéis paseando, Laura y tantas otras mujeres, embelesadas, respirando el aire más puro, sonrientes, y sin temor alguno. Ojalá que ese cielo se haga realidad en la tierra más pronto que tarde.


Aurelio Bonilla


jueves, 29 de junio de 2017

Las Oportunidades. (Qué habría sido de no tener miedo)









       
Tras abandonar el centro comercial al que había ido para rematar aquella obligada estancia en Málaga acompañando a mi madre por una emergencia familiar, ya en el taxi que me llevaba al hotel, y no sé si bajo el estímulo de la película que había visto, solo por la enorme atracción de aquella dependienta, o por la suma de ambos influjos, no paraba de dar vueltas a la oportunidad que se me escapaba; pero enseguida me asaltaron mis dudas de siempre: «¿Qué hago, joder? Qué chavala más impresionante, cómo está ¡dios!, qué interesante, qué dulce y amable. ¿Qué hago? ¿Me vuelvo? Pero parecía mayor que yo, ¡uff, joder! Debí quedarme y esperar a que tuviera un hueco para entrarle… ¡Qué poca vista! Siempre este puto miedo… ¡off! Habrán cerrado ya seguro, esto ya no tiene arreglo, mañana partimos a medio día y no podré volver aquí en su turno. ¿Y si pido al 003 el teléfono de la tienda? ¡Joder!, ella le guiñó el ojo al compañero ¿y si son pareja y la pongo en un aprieto? Ya han debido cerrar al público, no me la pasarán. ¡Qué coraje, joder! Cuántas oportunidades perdidas por no ser espontáneo, por no tener la valentía para dar el paso ¿qué podría pasarme?»


De pronto vi una cabina de teléfono de aquellas antiguas acristaladas, y tuve el impulso de pedir al taxista que parara, y casi llegué a tocar su hombro para indicarle; pero mano y voz, atenazadas, quedaron enmudecidas por mi miedo, mi eterno miedo... y la cabina, mi último cartucho, se desvaneció entre los viandantes...

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Tras abandonar el centro comercial al que había ido para rematar aquella obligada estancia en Málaga acompañando a mi madre por una emergencia familiar, ya en el taxi que me llevaba al hotel, y no sé si bajo el estímulo de la película que había visto, solo por la enorme atracción de aquella dependienta, o por la suma de ambos influjos..., pedí al taxista que parara junto a una cabina de teléfono de aquellas antiguas, acristaladas y con puerta, cuyo hermetismo, tras dudar unos instantes, me ayudó a lanzarme  a pedir al 003 el teléfono del centro. Y conseguí que me pasaran con su sección, para oír de nuevo su dulce tono de voz:

      Deportes, dígame.
      - Hola, ¿atiendes a alguien?, ¿tienes un minuto?
      Sí, claro. ¿Quién es?
      - Verás, no sé cómo decírtelo, por dónde empezar. Soy el cliente que has atendido hace 30 minutos, al que no encontrabas un 42 para cada modelo de zapatillas que te fui pidiendo...
      - Ah siiii, vaya apuro que he pasado, no suele ocurrirnos. ¿Qué necesita?
      - Nada, nada… Y tutéame, por favor. Solo quería decirte algo.
-    - No nos permiten tutear al cliente, pero dime.
      - No me es fácil… Verás, no voy por ahí haciendo esto, de hecho es la primera vez que lo hago…
      - ¿Mmmm? ¿Debo asustarme?
      - Nooo ¡jejejeje! Mira, quería decirte que me has parecido la chica más bonita, más atractiva, más interesante y más amable, que he tenido ante mí en mucho tiempo; y cuando digo amable, no lo digo por tu obligación de serlo, creo que te sale de muy dentro, y me ha encantado. Me he sentido tan bien. Deben estar muy contentos de contar contigo... Que me has dejado enganchado, ¡vaya!
      (Silencio)
      - ¡Uff!
      (Silencio)
      - Por favor, perdona si te he molestado, de verdad que no tenía otra intención más que no dejar pasar la oportunidad de expresarte ¿por qué no? lo que he sentido. No niego mi deseo de conocerte, pero basta que me digas ahora mismo que lo dejemos aquí y no volverás a saber de mí jamás.
      - Nooo, perdona tú. Es que me has dejado bloqueada. Nunca me había pasado esto. Me habían echado algún que otro piropo en la tienda, ya sabes, pero esto… uff, nunca… Dios, de verdad que me has dejado sin palabras… A ver, ¿qué te digo?(silencio) Creo que exageras mucho, ¿eh?; pero inspiras confianza y creo que eres sincero y un caballero, y me ha encantado también tu trato y todo esto que me has dicho... de verdad, me ha encantado. Es más, temo seguir hablando porque voy a terminar quedando contigo, que supongo que es tu intención, y ni puedo, ni debo.
      - ¿Y eso?
      - Tengo novio… y le quiero, y él es... Muy celoso, ¿entiendes?… Pero de verdad, que te doy todas las gracias por este detalle que no me ha molestado nada; más bien, me has alegrado inmensamente el día… Se lleva una aquí toda la jornada dándose al cien por cien para solo recibir excesos de clientes y presiones de los jefes. Me encantaría tomar algo contigo, pero… (silencio) Es que no puedo, de veras que no puedo. ¡Joo!
      - No te preocupes, lo entiendo. Tu novio es un tipo muy afortunado. Verás, no soy de aquí, me voy mañana y ni siquiera sé cuándo volveré. No habría oportunidades… Aun así, me ha merecido mucho la pena haber dado este paso que me suele costar, y, aunque tardaré un tiempo en superar la frustración que siento ahora, guardaré siempre un alegre recuerdo de ti.
       (Silencio)
      - ¿Pero tú de dónde has salido? Eres increíble, fascinante, ¡no que me has emocionado! Yo tampoco olvidaré este momento, te lo aseguro.
      - ¡Jejejeje! Ahora eres tú la que exagera. Bueno, no te entretengo más, oigo como te reclaman. Gracias, un beso grande, y hasta siempre.
      - Gracias a ti, muchas gracias, un beso.


…………………………………


    Años más tarde tuve ocasión de volver a Málaga por una misión. Necesitaba verla de nuevo solo por confirmar que tenía base real aquel recuerdo tan potente, y que no fue solo el capricho juvenil de una tarde de verano. Durante días recorrí los pasillos de aquel centro esperando encontrar «la aguja en el pajar» en que la convertían los más de 100 empleados por turno, no conocer su nombre, no recordar casi su rostro, y solo contar con una idea aproximada de su edad y estatura. No obstante confiaba en mi astucia y tenía la convicción de que una empleada tan amable, entregada, y seguro que muy eficiente, no debía haber salido de una empresa como El Corte Inglés, que con tanto celo exigía esas cualidades para sus empleados en aquella época. La suerte estuvo esquiva… y cuando ya me aproximaba a la puerta de salida para no volver, pregunté a un último dependiente que me llamó la atención por las muy disimuladas miradas con que observaba a ciertas compañeras y clientas, a las que luego trataba de una forma muy galante. Tras mi somera descripción, el señor se mostró muy empático, y me sorprendió «apostando» a que le hablaba de una compañera, ya jefa de planta, a la que él rendía la misma admiración.


   Tras una escueta explicación por parte de mi «samaritano», ella me miró a los ojos, que ya delataban complacencia, y, sin rodeo alguno, me dijo: «¿Calzas un 42, verdad? Pues sí que has tardado».

Aurelio Bonilla

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sábado, 27 de mayo de 2017

El Don de la Vida





De la nada surge la vida como un río que serpentea recorriendo sus propias estaciones: verde joven, dorada luz de la madurez, ruina ocaso de la materia, cielo de vida eterna...





Antonio Vega - Una décima de segundo



 Tiritaba de frío. Tiritaba de frío a media tarde y en mitad de un ardiente mes de julio. Tiritaba de frío con medio cuerpo abrasado y con la mitad del alma temiendo abandonarlo. Tiritaba de frío, clavando las uñas a la vida.         

Un monstruo se había venido sobre mí sin que pudiera evitar que me engullera y me mortificara con toda su furia. El estruendo de la frenada no solo pareció parar a la fiera, sino al mismo mundo y el tiempo con ella… Imágenes como congeladas de rostros horrorizados y manos cubriendo miradas, eran acompañadas de voces desgarradoras: «¡lo ha pisado y debe estar reventado! », «¡lo ha matado, lo ha matado!». Yo pedía a gritos, desesperado, una ambulancia.

Los minutos parecieron horas…

En la ambulancia, apretaba la mano de mi tío al que, aquel día, como a mis padres, debí arrebatar algún que otro año de vida… Y le rogaba agua para aliviar una sed terrible que dolía más que las heridas y quemaduras. Era la sed de la muerte, la sed que llega cuando la sangre que soporta la vida comienza a faltar. Una sed tan insoportable como amargamente profética. Tras una ventanilla, el mundo giraba veloz al son espiral de la sirena, y mi mente, desbocada, repasaba ultrasónica cada instante de mis veintidós años de vida… a la vez que clamaba una y otra vez, mil veces, «no he vivido nada, no he vivido nada, no puedo morir aún, no puedo morir aún, no, Dios mío, no, no puedo morir aún». Y me asaltaba, hiriente, el recuerdo de una pesadilla de niño en el que me llegaba la muerte, y ésta no era más que, de golpe, un vacío y oscuridad absolutos. Y otra vez: «no he vivido nada, no he vivido nada, no puedo morir aún, no puedo morir aún, no, Dios mío, no, no puedo morir aún»

Minutos que fueron horas…

Que no se viera la sangre que perdía debió hacer pensar a los sanitarios que no corría gran peligro; pero yo sentía otra cosa, algo que no había sentido nunca, y seguía gritando y pidiendo ayuda, tiritando de frío, en mitad de aquel servicio de urgencias abarrotado.

Luego, ya en la UCI, más seguro y sereno, perdiendo lentamente una consciencia solo sostenida por las estocadas del dolor físico que había dado relevo a la sed y al miedo, me visitó aquel ángel… Una sonrisa; un «cómo te encuentras»; un «paciencia, esto duele pero te vamos a sedar para que descanses y pronto te vas a poner bien»; su palma sobre mi frente, sus dedos explorando mi vientre… y, de repente, un seco «¡cómo han podido!». Y de nuevo el caos, y los gritos, y el correr de enfermeros y cortinas, botes de sueros y jeringas… y un vendaje compresivo abdominal con el que aquella buena doctora contuvo en mi interior un río de sangre por el que parecía que mi alma quería navegar hacia «el  azul».

Días más tarde, me relataban: «…un milagro, alguien que esperaba para cruzar vio como el camión te tiró, te metías con la bici por debajo del tanque de gasoil de la cabeza y te pisaba el tren trasero de ésta…»; «…un milagro, las patas de apoyo del remolque iban muy bajas y te arrollaron a golpes impidiendo que te aplastaran las ruedas traseras…»; «…¿ni huesos rotos, ni puntos de sutura? ¡vaya milagro!…»; «…un milagro, cariño. Aún estaba con el coro de jóvenes en la iglesia cuando se hoyó a lo lejos la ambulancia. Sentí un escalofrío, y supe que algo malo había pasado. Si te hubieras quedado a cantar a la Virgen del Carmen con nosotros no hubiera ocurrido; pero aquí sigues, seguro que gracias a ella…».

Tan solo seis meses después, podía ir de nuevo a jugar al fútbol. De camino, recordé la última vez que volvía de hacerlo aquella aciaga tarde de julio… Y sentí más cierto que nunca el milagro que era estar allí, vivo, sano, fuerte; y pensé, que la respuesta a aquel aviso de la vida, a aquella «prórroga» regalo de la providencia, no podía ser otra que inundar de dignidad y amor mi existencia, sin despreciar un solo instante de este bello tesoro.

               Años más tarde le narramos a nuestra hija esta historia para que supiera por qué elegimos para ella ese nombre tan bonito de la Virgen. Creo que a Carmen le encantó saber que su nombre, además de «canto o poema» en latín, y «jardín de Dios» para los hebreos, en casa significa «el don de la vida».

 Aurelio Bonilla




martes, 25 de abril de 2017

A la próxima invito yo...











Más de cinco años ya, querido amigo, y tus palabras aún siguen retumbando cada día en mi interior...

Sé que no me puedo considerar responsable, pero los sentimientos de angustia y de un vacío tan injustificado como hondo, no me abandonan.

Diablura insólita de un destino que jamás comprenderé… Treinta años sin vernos, para cruzarnos a la entrada de aquella lejana venta de carretera. Tú te marchabas, yo no debí llegar nunca. Si no te aviso, ni siquiera me hubieras reconocido, te hubieras ido, y solo me habría quedado la pena de dejar pasar la oportunidad, quizá única, de saldar la mayor deuda que guardaba a mi pasado.

Pero me alegró muchísimo saber que te había ido bien;  que no solo habías sobrevivido, sino que lo habías hecho realizando sueños; que estabas al tanto -aun no me explico cómo- de la maravillosa mujer y artista en que se había convertido Lolita, esa fotocopia tuya que te supera; y que pudieras llegar a saber que ni yo ni Lola te culpamos entonces, más allá de las pocas semanas que tardamos en comprender, una vez superado el «duelo», que había más sentido de responsabilidad en tu decisión de huir, que en la de quedarte.

No le fue fácil a mi hermana criar a la niña en el pueblo, como madre soltera, en aquellos años aun tan grises de principios de los ochenta; pero seguro le fue mejor que haberlo hecho enjaulando a un joven que fue punta de lanza de una generación que quería romper con la triste historia de su gente, volando sin paracaídas sobre la «tierra prometida» de aquella «Movida»  loca y apasionante que tomó la capital. Más, cuando, a tan corta edad, ya hacías el viaje galopando a lomos de aquél «caballo» que volvió, una y otra vez, para arruinar y partir el alma a tantas buenas familias.

Y perdoné, sí, perdoné que me dejaras sin mi mejor amigo, «mi hermano»; perdoné que truncaras la ilusión de aquella prometedora banda, llevándote contigo nada menos que su voz, su guitarra y aquella inspiración única. Y, por supuesto, perdoné que le negaras la juventud a Lola; aunque de esto ella no solo no te consideró responsable, sino agradecida por el mejor regalo que le hizo la vida. Cómo no perdonar… si por lo que más te odié en aquellos días fue por no haber tirado de mí; si llegué a envidiar hasta tu más que probable mendicidad madrileña, por la libertad y la «riqueza» que seguro te regaló tu aventura. Pero jamás estuve a un paso de seguirte… yo nunca tuve ni tu arrojo ni tu genio.

Y aquí me tienes amigo, un año más sentado a tu vera; deseando haber sido yo a quien arrancara la vida aquel borracho cabrón que se empotró contra la venta, justo cuando te volvías para decirme con tu irónica socarronería siempre indultada en tu eterna y sincera  sonrisa, que, «recuérdamelo, quillo, a la próxima invito yo».

Aurelio Bonilla

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martes, 28 de marzo de 2017

Huele a Mañana









Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...

¡Grande! Juanito Valderrama por Machado




(Extracto del discurso para la presentación de la
 “Ruta de Los Alcores - I Encuentro Comarcal)


No hay discurso por la paz o el progreso que no abogue por la imprescindible unidad de los pueblos. Pero esta llamada nos parece hueca cuando resuena en escenarios imposibles entre grandes naciones y estados que no demuestran creer en ese ideal. Cómo optar a retos tan ambiciosos cuando, a pequeña escala, no somos capaces de convivir con el vecino del bloque; o no somos capaces de cooperar, o ser solidarios, entre comunidades o municipios que comparten la misma tierra, las mismas costumbres, y hasta la misma sangre.

Y es que, solo la unidad vivida y cultivada en el día a día por cada individuo y en los más sencillos gestos, puede ser semilla de un futuro de paz y progreso para la humanidad.

En su último discurso, momentos antes de ser masacrado por la tiranía, dijo Salvador Allende que «la historia es nuestra y la hacen los pueblos».

Esto mismo es lo que han conseguido los pueblos del Alcor con la “RUTA DE LOS ALCORES – I ENCUENTRO COMARCAL”; dejar escrito con letras de oro un capítulo singular de su propia historia. Un paso adelante que seguro mostrará y será germen de una nueva forma de caminar unidos, una nueva forma de entender la comarca, una nueva forma de ser y sentirse alcoreños.

No obstante, que se sepa, es la primera vez en nuestra tan antigua existencia, que los cuatro pueblos: Alcalá, Mairena, El Viso y Carmona, se unen con decisión para realizar en común una actividad de esta envergadura; idea que ha surgido como signo de un tiempo en que la sociedad necesita y reclama echar andar por nuevos caminos. Y este es el objetivo primordial de la plataforma “El Camino que nos Une”.

Es condición humana no ser consciente de que se hace historia con lo más insignificante; pero ojalá lleguemos a recordar aquella húmeda mañana del 26 de marzo de 2017, en que un sol radiante se abrió paso entre las tinieblas del temporal, como el primer paso del acercamiento que enterró para siempre las ridículas rivalidades, los prejuicios, los localismos y la estrechez de mira, que mantenía atada al pasado a esta tierra rica en posibilidades.

Los Alcores, como cuna de Tartessos, fue hace milenios parte de ese un foco cultural que iluminó un camino nuevo que haría brillar a occidente. Que este Camino que nos Une sea también senda de Los Alcores hacia un futuro pleno de unidad, fraternidad, progreso, conocimiento, respeto y cuidado del medio ambiente y del riquísimo legado cultural e histórico-artístico que esta tierra atesora.

Aurelio Bonilla


sábado, 11 de marzo de 2017

Aunque tú no lo sepas



Claudia Cardinale en una secuencia de SANDRA. 1965, Luchino Visconti.







(En homenaje al bello poema de Luis García Montero que inspiró
esta enorme canción de Quique González, que, a su vez, siempre
fue inspiración para mí)


Aunque tú no lo sepas
te miré embrujado,
olí la estela de tu pelo,
te seguí por las calles,
entre mis versos…
Te busqué, te busqué
tantas veces…

Y soñándote despierto,
acariciaba tu mano,
sonreíamos siempre,
te mostraba los campos,
besaba tus labios,
te hacía volar y sentirte única
y gemir y gritar…

Y te entregué mi alma.
Y fui volcán, lobo,
viento, halcón,
lluvia, cordero,
duna en el desierto,
lágrima en el mar,
vida que ardía en silencio.

Todo y nada fui por ti…
aunque tú no lo sepas.


Aurelio Bonilla

sábado, 4 de marzo de 2017

Cartas de Lucía, I: Iguales



Cariátides del Erecteión. Acrópolis de Atenas.
Cuenta la historia clásica, que los cariátides, habitantes de Caria, un pueblo del Peloponeso,  conspiraron  contra sus aliados griegos en mitad de la guerra que les enfrentaba a Persia. Tras la victoria helena, y en venganza de la traición, los griegos arrasaron Caria, pasando a cuchillo a todos los varones y esclavizando a las mujeres para hacerlas soportar, hasta su muerte, las más pesadas cargas. Y para que no se olvidase, esculpieron columnas en forma de mujeres cariátides, que soportarían pesados dinteles y cubiertas de nobles edificios, como metáfora de un castigo que se pagaría hasta el fin de los tiempos. Como siempre, les tocó a las mujeres sufrir por las calamidades de los hombres.

A los millones de mujeres del mundo que, cómo cariátides, soportaron, soportan en silencio, el peso de sus familias, el maltrato de los hombres, o la indiferencia de la sociedad…






 Cartas de Lucía, I.  Iguales

Hola mamá, ¿qué tal estás hoy?

Yo bien, aunque algo desconcertada aun por lo que nos ha pasado esta mañana en el área de instrucción del nivel 005.

Mamá, ¿recuerdas que tildabas a la bisabuela de exagerada cuando relataba lo difícil que lo había tenido su madre y las mujeres de su tiempo, a eso de finales del siglo XX? Pues creo que todo era cierto y que incluso se quedaba corta en su relato. Verás, hoy, para inaugurar el ciclo de ese nuevo paquete que han incluido este año en los programas formativos, ese en el que vamos a conocer la historia de la humanidad, que, por cierto, te tengo que dar ahora la razón en tu opinión de que nuestra moderna sociedad adolece de un mínimo de información sobre el pasado, y que no es coherente, y si muy peligroso, mantenernos aislados de ese conocimiento, porque me parece, además, que es realmente apasionante; te decía, nos han ofrecido la charla de un voluntario investigador de antropología, octogenario jubilado hace muy poco y algo alocado el hombre, que nos ha ilustrado sobre un tema tan raro como los «Avances Sociales hacia la Plena Igualdad en el siglos XX y XXI», en referencia a la desigualdad de trato social que, al parecer, y en detrimento de la mujer, existía aun en aquella época. Créeme, que nos hemos quedado flipados; ni en los registros autorizados de cine antiguo, habíamos intuido jamás una sociedad que tratara así a la mujer, ya superado incluso el cambio de milenio. Por lo visto, las mujeres padecieron un maltrato salvaje y muy extendido al que llamaban «violencia machista, o de género». Nos ha resultado tan grotesco que, haciendo relativamente tan poco tiempo, ni cien años aún, ocurrieran las cosas que ese señor ha contado. Al principio pensé que eran las mismas exageraciones seniles de la bisabuela, pero este científico está pleno de conciencia, aptitud, y conocimiento… es como un acceso abierto a globalnet…

Según parece, se daban no pocos casos de asesinatos de mujeres a manos de sus compañeros sentimentales por celos o rupturas de la relación ¿Te lo puedes creer? Resulta, que la mujer no formaba parte de muchos gobiernos, o de la dirección de las grandes corporaciones, ni de la cúpula de las religiones mayoritarias… ¿Qué te parece? La gente se reía al oírlo. Nadie nos había dicho que los antiguos Estados Unidos o España no tuvieron  una mujer presidenta hasta casi mediado el siglo XXI, ¡jajajaja¡. O que llegó a ser presidente americano un tipo muy excéntrico que alardeaba de poder decir o tocar a las mujeres lo que le daba la gana, solo por ser rico y famoso ¡Y lo auparon a la presidencia, por Dios!  ¿Tú sabías que la primera mujer que presidió la iglesia cristiana fue elegida, con gran polémica, en 2.070, y que, de hecho, casi supuso volver a romper la unidad de las antiguas iglesias de Cristo que, parece, costó siglos conseguir? ¡Jajajajaja! Creo que aquella gente estaba completamente loca… Te quieres creer, mamá, que el duro esfuerzo que suponía llevar sin robots ni humanoides las tareas del hogar y la educación de los hijos, la desempeñaban mayoritariamente las madres; o que éstas solo tenían  cuatro meses de exención de obligaciones sociales -entonces lo llamaban «trabajo»- cuando tenían un bebé; o que los hombres solo disponían de unos días… ¡Jajajajaja! ¡Increíble! Y ya para colmo, al contarnos, cómo la estética era tan diferente en cuanto a la forma de vestir de los diferentes sexos, nos han mostrado imágenes fijas de mujeres ataviadas con ropa incomodísima y un calzado con una especie de elevación muy alta y puntiaguda bajo el talón, que las obligaba a guardar el equilibrio sobre las puntas de los pies, mientras les destrozaba la espalda, ¡jajajaja!, ¡pobres!. Con esto ya la gente se tomó la charla a broma… Y el instructor nos tuvo que pedir silencio a nosotros; y un poco de prudencia al orador, argumentando que no se podían servir estas historias así, de golpe, con tanta crudeza, y sin conocer el gran atraso de aquella sociedad, ni su complejo contexto histórico…

Mira, realmente ha sido un tema muy triste, pero no hemos podido reprimir la risa… ¡Vaya gente rara, y qué injusto y absurdo era su mundo!

Después, durante el intervalo nutricional, he meditado sobre toda esa información, y he de decir, a ti puedo, que no gustándome en su totalidad la sociedad que hoy nos damos, me alegro no haber nacido en aquella época funesta, y me compadezco de las mujeres que recordaba con pena la bisabuela.

Por otro lado, mamá, no entiendo qué pudo llevar a la exclusión del estudio de la historia; creo que no nos hace mal saber que la humanidad, aun con sus reiterados y retorcidos pasos  atrás, ha ido evolucionando siempre a mejor. Fíjate qué infierno se vivía hace nada y en tiempos de paz.

En fin, ya te contaré más detalles a tu vuelta, tengo ganas de partirme de risa contigo… Y de abrazarte y no soltarte… y de besarte… te echo tanto de menos. Sé que era tu vida y tu sueño comandar esa misión espacial, mamá, pero espero que sea la última que te asignen en ese planeta habitable tan lejano. Un beso enorme de tu hija que te quiere. Lucía.